El ÁNGEL DE LOS PERDEDORES




 1

Tuve la suerte de verlos dos veces en vivo, nada más. Fue durante la primavera del 88 en Plaza Francia. Tocaban “Don jefe” (la banda de mi profesor de guitarra) “Hermes”, “Estado mayor” y la primera formación de “La Renga”, cuando tenía la otra pata. Y, por supuesto, “Insecticidio”: esa fue la primera vez y me volaron la cabeza. No tenían la apariencia de una banda punk, ni sonaban como “Los Pistol” ni como “Los Ramones”, mucho menos, como “Los Clash”. Sonaban raro, pero el cantante tenía una escena hipnótica y un violero que pelaba demasiado para ser el clásico guitarrista punk. Con el tiempo, me daría cuenta: esa fue la primera vez que escuché grunge, cuando ni siquiera existía o no se usaba el término.
La segunda vez resultó la mejor: no estábamos al aire libre, bajo el sol de la plaza: el lugar era Cemento. Un festival del bandas under, que cerraba un 1988, donde todavía me enfundaba en una campera militar y borcegos, fumaba particulares 30 y llevaba clavado un pin negro con una A roja y mal hecha en mi solapa.
Ese año fue el comienzo de un recorrido que empezó con la primera vez de Los Violadores en Obras y que terminó con Insecticidio en Cemento. Creo que hasta el inicio de la nueva década, no hice otra cosa que seguir a esas dos bandas. Si vi alguna otra, los 90 se encargarían de borrármelo.
Pero vuelvo al festival donde, de pura casualidad, volvía a cruzarme con la banda que me había partido la cabeza. Era gratis y en Cemento. No sabíamos nada más. Cuando “Insecticidio” subió al escenario y durante los dos temas que siguieron me la pasé codeándolo al Loli, repitiéndole que eran los de Plaza Francia y que no podían sonar tan bien los hijos de puta. Geniales: así de simple, lo tenían todo. El violero era una bestia con Les Paul negra que se deshacía entre yeites a contrapunto con la voz del pelado que cantaba al colapso de un ataque hasta encenderse durante los largos solos de guitarra, robarse el show y el festival entero. A partir de aquella noche, para mí, ya eran tres los pelados del rock.
Cuando terminó el set de “Insecticidio”, el Loli encendió el medio porro que nos quedaba:
—Che, esto es Blues punk, boludo -le dije- Es totalmente original, loco.
—¿Nunca escuchaste a los Stooges, Negro?
No, y aunque tenía un disco de Iggy Pop, no tenía ni la más puta idea que él era el padre del punk rock. Por aquel entonces, las únicas bandas punk que escuchaba eran “Los Violadores”, “La polla records” y “Los Ramones”.
De Cemento, se salía siempre de día y sin un peso. Vaciamos los bolsillos y las billeteras: juntamos para una Ugis y una cerveza. Entonces, encaramos para Cerrito. Era un lunes, el mundo comenzaba a despertarse, sobre la 9 de julio los malditos pájaros del amanecer nos destrozaban la cabeza aislándonos del ruido del tráfico en la avenida. Caminamos con el silencio de la fisura y el cuelgue, fumábamos un pucho atrás de otro, sin importarnos que las luces de los faroles comenzaran a apagarse, ni que sobre las veredas la maquinaria de la rutina hubiera comenzado, ni que nuestra pequeña murga muriera de a poco.
Antes de entrar a “la” Ugis, le aseguré a Loli que iría al próximo recital de “Insecticidio” sí o sí.

 2

Duranel 89 seguí a “Insecticidio” por todos lados, se presentaban en locales del Partido Comunista y en todo tipo de festivales. No se movían por los circuitos de pubs y boliches habituales, tenían un contenido social y contra cultural que irritaba al mercado: ni siquiera les importaba grabar por su cuenta. Recién a comienzos de los 90, salió un demo con cuatro temas, grabados en una portaestudio de dos canales, que regalaban en los recitales en un cassette TDK. Era para los diez primeros que llegaran.
Les chupaba un huevo todo, creo que fue eso lo que los hizo resistir a la constante falta de aliento que reinaba a fines de los ochenta en el mundo rockanrollero. Ellos sólo querían salir a tocar, a distribuir su fanzine, a juntar gente. A pesar de su postura anti sistema, si la suerte les llegaba, la pensaban aprovechar, pero no irían por ella. Tocaban gratis y llenaron cada lugar hasta llamar la atención. El demo comenzó a aparecer en la feria del Parque Rivadavia, también aparecían cassettes de los recitales, grabados con un walkman o dios sabe con qué. Empezaron a salir en algunos programas de la Rock and Pop y dieron una que otra nota para algunas revistas de rock. Una vez aparecieron en la sección de bandas nuevas en la “Pelo”, que los ponía como banda revelación de 1990 y aseguraba que tenían todo para ser estrellas.
Pero eso nunca ocurrió. En 1991 no salieron a tocar. Se decía que al fin estaban grabando un disco, que si interrumpían la grabación era para hacer de soporte de “Los Violadores” en Obras y nada más. Pero eso tampoco, nunca pasó. Ni editaron el disco, ni fueron teloneros de nadie. Un buen día, desaparecieron de la escena local y nunca se supo más nada de ellos.
Yo esperaba, leía el suplemento todos los viernes. Los domingos a la mañana me la pasaba en el Rivadavia buscando entre los discos y recibiendo todos los volantes que me daban. Nada. Solo me queda aquel demo que regalaban en los recitales. Nunca más supe nada de ellos ni de ninguno de sus músicos, al menos, hasta una tarde de marzo del 2015.

3

Me fumaba un pucho en la parada del 80 de Lope de Vega y Beiró cuando lo vi. Como si nada hubiera pasado, volví en un segundo veintisiete años atrás. Seguía pelado y flaco, debía tener al menos diez años más que yo, pero estaba impecable. Sobre la avenida, el tráfico era un infierno y el bondi no aparecía. Me acerqué dos pasos:
-Vos cantabas en “Insecticidio”- le aseguré.
El pelado me miró a los ojos y sonrió, claro que era él. Y estaba en verdad sorprendido de que alguien le mencionara a su banda. Le conté que todavía recordaba esa noche en Cemento como si hubiera sido ese mismo día, que en alguno de mis cajones guardaba aquel demo en 2 canales y que, de vez en cuando, le daba play. El Pelado me invitó una cerveza en la pizzería de en frente.
La segunda y la tercera las pagué yo, entonces me animé a preguntarle qué había pasado, por qué habían desaparecido así, de una. Y, obviamente, también le pregunté qué había pasado con el disco.
—Perdimos la viola, Gus se nos fue y no pudimos reemplazarlo. Otra guitarra, otro sonido, eso es así, amigo. Durante la grabación del disco, todo se complicó. Aunque intentamos meter otro violero para no perder la oportunidad de grabar, la cosa se fue al carajo. Gustavo componía sobre mis letras. Éramos él. Así que abandonamos la grabación. Perder tiempo en un estudio es perder plata y no podíamos seguir sin Gustavo. Era una mierda mirar al costado y encontrarse tocando con una imitación bizarra de un Jimmy Page porteño. Se nos había muerto un hermano, loco, no lo pudimos superar. Pero tampoco queríamos dejar morir a la banda. Quedamos en hacer el duelo, tomarnos un tiempo y después seguir con el disco. Ya ni recuerdo qué le dijimos al nuevo. Ni volví a hablarme por teléfono con ese chabón. Apenas si nos hablábamos entre nosotros. El Negro se fue a trabajar a Córdoba por un tiempo y no volvió más. Y Claus se hizo cargo de una fábrica medio pelo, que le ocupaba todo su tiempo. Era hijo único, así que cuando el padre murió, no tuvo más opciones…
El pelado lo intentó, siguió, formó dos bandas más. Una, en 1994: hacían rock pesado. Con esa no pasó nada. En 1996 apareció “Sed Roja”, una banda de Flores, que hacia un rock and roll muy al estilo Zeppelin. Habían grabado un CD independiente. Fueron los teloneros nacionales en varios conciertos organizados por la Rock and Pop. El pelado no se bancaba la onda que generaban, entonces, comenzó a discutir con todos hasta que se fue de la banda y, en 1998, volvió a formar “Insecticidio” con músicos nuevos. Con la nueva tecnología y el profesionalismo que reinaba en el ambiente, la formación sonaba excelente. Además, tenían dos guitarras. Volvieron a los festivales, grabaron un demo para pasar en las radios. Pero la magia no estaba. Ya nada era igual.
—Por otra parte no había nada que decir, ni a quiénes. Tocamos por última vez en noviembre del 99, en un festi punk en Cemento. Por primera vez en nuestra vida cerramos nosotros. Esa noche salí del boliche, mientras todavía el público estaba adentro y la banda, en camarines. Me metí en un barcito de minutas a la vuelta de Cemento y pedí un sánguche de milanesa con una cerveza de litro. Te juro que sentí que todo era al pedo, que el rock se había vuelto una mierda. Me dolían la cabeza y los pies, solo quería estar en mi casa, ver una película mientras me tomaba una cerveza y picaba algo para el bajón. Entonces, entendí que me había llegado la jubilación y se me ocurrió que “Insecticidio” debía quedar en el siglo XX. Mirá: creo que fue la mejor decisión que tomé por respeto a Gus. No quise volver a Cemento, sólo tenía el micrófono ahí. Así que me terminé la birra y me fui a mi casa. No volví a cantar nunca más.
Se había hartado de remar, de tener que salir a buscar lugares y pagar para poder tocar. Se había cansado de caminar por discográficas, dejando demos que nadie iba a escuchar. Ya no podía pasar una noche más entre pegatinas de afiches o repartos de volantes.
Quería saber más, pero sólo le pregunté si pedíamos otra. Me dijo que tenía que irse en ese mismo momento, se puso de pie y se echó la mochila al hombro. Encendimos un pucho en la puerta del bar y cruzamos nuevamente Beiró, de vuelta a las paradas de los bondis.
Tiró el Phillip por la mitad y levantó el brazo.
—”Nos vemos, loco, y gracias”. Después, bajó el cordón para asegurarse el 109. Mientras dejaba subir a la gente, se descolgó la mochila, la puso al revés- sobre el pecho- y subió. No sacó boleto y, como el semáforo todavía estaba en rojo, el colectivero no cerró la puerta. El pelado abrió la mochila, sacó un blister de auriculares y se apoyó contra la máquina de las monedas. Lo escuché saludar a los pasajeros cuando la puerta se cerró y el 109 arrancó para perderse entre el tránsito que iba hacia la General Paz.

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares